Siguiendo a Jesús: prepárense para algunas sorpresas

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SEGUIR A JESÚS no está exento de sorpresas. Es mejor estar prevenido. ¡Aquí hay algunas advertencias justas!

El filósofo Søren Kierkegaard dijo una vez que lo que Jesús quería eran seguidores, no admiradores. Él tiene razón. Admirar a Jesús sin tratar de cambiar nuestras vidas no hace nada para Jesús o para nosotros. Pero, ¿cómo se hace exactamente para seguir a Jesús? Tradicionalmente se ha dicho que lo hagamos tratando de imitarlo. Pero eso plantea una nueva pregunta: ¿Cómo podemos imitar a Jesús?

Un ejemplo negativo podría ser útil aquí: la década de 1960 vio el florecimiento de la "gente Jesús" con su enfoque más bien crudo y literal al seguimiento de Jesús. Trataban de verse como él. Se pusieron túnicas blancas, se dejaron la barba, caminaban descalzos y trataban, en apariencia y vestido, de imitar al Jesús que por siglos los artistas occidentales han pintados para nosotros. Obviamente, este tipo de cosas no es lo que significa el discipulado, no sólo porque no sabemos cómo se veía Jesús (aunque sí sabemos que no era el joven de piel clara y pelo rubio del arte occidental), pero, más importante, porque los intentos de imitar la apariencia física de Jesús no tiene absolutamente nada que ver con el discipulado.

Más sutil es el intento de imitar a Jesús al tratar de copiar sus acciones. El álgebra aquí funciona de esta manera: Jesús hizo ciertas cosas, por lo que nosotros debemos hacerlas también. Él enseñó, curó, consoló a los oprimidos, se fue al desierto solo, ocasionalmente se quedó en vela toda la noche para orar, y visitó las casas de los pecadores. Por lo que debemos hacer las mismas cosas: debemos ser maestros, enfermeros, predicadores, consejeros, monjes, trabajadores sociales, y amigos sin prejuicios para con los menos píos. En este punto de vista, la imitación está llevando a cabo las acciones de Jesús.

Imitación real
Este tipo de imitación, aunque valiosa como ministerio, todavía no es exactamente lo que se requiere en términos de discipulado real. Al final también se pierde el punto, porque uno puede ser un predicador del Evangelio y no estar imitando a Jesús realmente, al igual que uno puede ser un conductor de camión (algo que no hizo Jesús) y sí estar imitándolo. La real imitación no es una cuestión de tratar de parecerse a Jesús, ni de tratar de duplicar sus acciones. ¿Qué es?

Tal vez una de las mejores respuestas a esa pregunta está dada por Juan de la Cruz, el gran místico español. En su opinión, imitamos a Jesús cuando tratamos de imitar su motivación, cuando tratamos de hacer las cosas por la misma razón que él las hizo. Para él, así es como nos "ponemos en Cristo". Nos adentramos en el discipulado real cuando, como Jesús, tenemos como nuestra motivación el deseo de juntar todas las cosas en una: en una unidad de corazón, una familia de amor.

Juan de la Cruz ofrece algunos consejos sobre cómo se puede hacer esto. Deberíamos empezar, dice, mediante la lectura de la Escritura y la meditación sobre la vida en Jesús. A continuación, debemos orar a Cristo y pedirle que inculque en nosotros su deseo, su anhelo y motivación. En esencia, debemos orar a Jesús y pedirle que nos haga sentir lo que él sentía cuando estaba en la tierra.

Acontecimientos inesperados
Algunas sorpresas nos esperan, sin embargo, señala, si hacemos esto. Al principio, cuando primero comenzamos seriamente a orar de esta manera, nos llenaremos de fervor, buenos sentimientos, pasión por la bondad y una cálida sensación de la presencia de Dios. Vamos a sentir que sentimos como Jesús, y esa será una muy buena sensación, de hecho.

Sin embargo, si perseveramos en la oración y el deseo de imitarlo, las cosas van a cambiar con el tiempo, y de la manera que menos lo esperemos. Los sentimientos cálidos, el fervor y la pasión -la acogedora sensación de que sentimos como Jesús- desaparecerán y serán sustituidos por algo infinitamente menos agradable. Comenzaremos a sentirnos estériles, desapasionados y secos. La presencia de Dios no se sentirá ni cálida ni constante, y nos quedaremos pensando: "¿Qué pasa? ¿Cómo fue que perdí el camino?".

Como Juan de la Cruz nos asegura, sin embargo nada está mal. Más bien nuestra oración ha sido contestada. Oramos a Jesús, pidiéndole que nos deje sentir como se sentía, y él ha concedido nuestra petición. Exactamente. Por una gran parte de su vida y ministerio, Jesús se sentía exactamente como ahora nos estamos sintiendo -secos y estériles y no animados por sentimientos cálidos de Dios- incluso cuando se mantuvo fiel en la oscuridad. Es extraño cómo se puede sentir al sentir como Jesús.

Dios en la sequedad
Hay un fervor que proviene de la humedad de la fertilidad que puede hacer que el alma se pueble con sentimientos de creatividad, calidez e inmortalidad. Dios está en eso. Pero también hay una aridez que viene de un lugar más profundo, un calor que amenaza con secar la médula del alma, una sequedad que reduce todo lo que esté inflamado, sobre todo el orgullo, y nos deja vulnerables y mortales al llevar el alma a una temperatura de ignición. Dios está en esta sequedad no menos que en la humedad de la fertilidad porque en ese doloroso anhelo sentimos el eros de Dios y la motivación de Cristo.

Oblato Padre Ronald Rolheiser, O.M.I., teólogo, profesor y autor premiado, es presidente de la Escuela Oblata de Teología en San Antonio, Texas. Se le puede contactar a través de su página web www.ronrolheiser.com.

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