Castidad célibe: una forma de ser una persona sexual

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¿TE SORPRENDERÍA SABER que algunas de las personas más sexuales que conozco también llevan vidas castidad célibe? Pasa tiempo con alguna de ellas y te llevarás esta duradera impresión: aquí hay una persona que es sumamente humana y profundamente espiritual. En consecuencia, toda la reciente publicidad negativa sobre el celibato me ha preocupado. Cuando los comentaristas citan el celibato como una explicación para la escasez de vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa, pienso en las personas que mencioné antes y no puedo encontrar una conexión.

Debo admitir, sin embargo, que muchos de los que conformamos el sacerdocio y la vida religiosa somos en parte responsables por el enfoque distorsionado sobre la castidad célibe que existe en algunos sectores hoy día. Reluctantes a hablar sobre nuestra experiencia de vivir la castidad célibe, caemos en respuestas comunes cuando nos piden que expliquemos nuestra elección: “Por el bien del reino”, decimos, o “con el fin de amar a todos y no solo a una persona”, o incluso “para estar más accesibles a los demás”. Habiendo puesto esas razones en la mesa, también somos conocidos por tomar un profundo respiro colectivo esperando que nadie haga más preguntas. ¿Hay duda en porqué un número de jóvenes han llegado a pensar en la castidad célibe como sinónimo de asexual –no ser sexual, un tipo de existencia neutra?

Los informes sobre escándalos sexuales que involucran a sacerdotes y a hermanos han confundido aún más las cosas. Después de leer algunos, se podría concluir razonablemente que la sexualidad se ha convertido en una preocupación importante para nosotros. Pero eso simplemente no es el caso. Como los demás, los sacerdotes y los religiosos necesitan un conocimiento adecuado sobre la sexualidad humana. La espiritualidad, sin embargo, tiene que ser nuestra principal preocupación. ¿Por qué? Porque podemos aprender todo lo que hay que saber obre sexualidad humana, pero si no somos capaces de confrontar lo que significa ser una persona espiritual, siempre estaremos incómodos con nuestra vida de castidad célibe.

Una definición
¿Cuál es la mejor manera de describir la castidad célibe? Simplemente como un asunto del corazón. Es la rara persona que quiere vivir sin amor. Así que, si una vida de castidad célibe no es capaz de guiar a quienes la viven hacia una mayor unión con Dios y los demás, ¿quién sería tan tonto como para abrazarla? Entonces, ante todo, la castidad célibe es un asunto del corazón.

También podemos identificar tres características que marcan esta forma de vivir la propia sexualidad. En primer lugar, la castidad célibe debe estar enraizada en la vida espiritual. Si una vida de fe y mi relación con Dios no están en el centro de mi vida de castidad célibe, ésta pronto perderá el sentido para mí o para los demás. En pocas palabras, la vida espiritual debe estar en el corazón de una auténtica vida de castidad célibe.

A continuación, mi opción por la castidad célibe debe corresponder a mi llamado de vida y al ministerio. En otras palabras, debe haber un “buen ajuste” entre la castidad célibe y la vida de aquellos que la viven. Consideren por un momento qué tranquila se siente la persona que se da cuenta de que casó con la pareja adecuada. Los hombres y mujeres castos célibes tienen una experiencia similar: muchos no pueden imaginarse viviendo otra clase de vida con tanta satisfacción. Se dan cuenta de que para ellos, una vida de castidad célibe es la mejor manera de crecer. Vivir de otra manera sería como vivir la vida de otra persona.

En tercer lugar, la verdadera intimidad célibe nos llama a vivir relaciones de intimidad (uso la palabra “intimidad” de una manera no sexual, en el sentido de cercanía emocional). Si yo profeso vivir una vida de castidad célibe pero carezco de relaciones amorosas, debo buscar la causa de este déficit más allá de mi castidad célibe. El egoísmo y el egocentrismo son incompatibles con una vida de castidad célibe. Por ejemplo, las personas que eligen este tipo de vida para no ser molestados por otros nunca parecen estar a gusto con su elección. Como sucede con cualquier vida de amor, el don divino de la castidad célibe tiene más que ver con la auto-trascendencia que con la realización personal.

Como una persona que elige una vida de castidad célibe, entonces, pongo énfasis en desarrollar y buscar formas de amar, en lugar del comportamiento sexual genital o la falta de éste. Vivir una vida de castidad célibe sin amor es una contradicción en los términos.

No quiero restar valor a la bondad de la sexualidad genital. Desafortunadamente, el recelo sobre el sexo continúa existiendo hoy en día en algunas partes de nuestra iglesia. A veces se asemeja a un miedo al cuerpo.

Aquellos de nosotros que conformamos la iglesia necesitamos desafiar los temores no cristianos sobre el sexo y cualquier sugerencia sobre el tema que obstaculice una relación con Dios. Después de todo, los hombres y las mujeres casados nos han estado diciendo durante años que el sexo es sacramental y dado por Dios, y un poderoso medio para expresar amor por otra persona, así como una oportunidad para experimentar el amor de Dios mismo.

Al mismo tiempo, no se puede poner una carga tan pesada sobre la unión genital. La soledad, por ejemplo, es una parte de nuestra condición humana. Con bastante frecuencia tú y yo nos sentimos inquietos, impulsivos, hambrientos e incompletos en todos los niveles: físico, emocional, espiritual y sexual. Podemos concluir rápidamente que nuestra agitación y sentido de enajenación son poco más que un hambre que sólo pueda ser satisfecha por la sexualidad romántica. Pero aunque el sexo es sano y positivo, no es la respuesta final a tu soledad o a la mía.

La motivación para una vida de castidad célibe
Entre las muchas razones válidas para elegir una vida de castidad célibe, todas caen más o menos en una de dos categorías: las que se basan en la preocupación por el ministerio, y las enraizadas en nuestra relación con Cristo.

Pero cualquier razón por la que una persona elija una vida de castidad célibe es más genuina cuando es religiosamente motivada, libre y tiene sentido personal y pastoral. Cuando se elige y reelige por estas razones, se enriquece la vida de esta persona y las de todos aquellos con los que entra en contacto.

En contraste, si sólo se deja llevar a este estilo de vida, o si la coacción motiva la elección inicial de la persona, entonces, en la ausencia de un cambio producido por un significativo crecimiento humano y espiritual, la castidad célibe puede deformar emocional y religiosamente a la persona.

La vida espiritual
La espiritualidad debe encontrarse en el corazón de cualquier vida de castidad célibe. Hoy, sin embargo, necesitamos una nueva comprensión sobre el significado de la palabra espiritual. Podría parecer que este aspecto de nuestras vidas se entiende mejor como una energía ardiente o una pasión, más que como una serie de prácticas piadosas. Desde esta perspectiva, el crecimiento en la vida espiritual es más nada, un proceso de disciplinar creativamente la pasión que fluye a través de ti y de mí. ¿Y qué nos da el valor para llevar a cabo esta tarea? El hecho de que nuestra hambre y sed por Dios superan con creces nuestro egoísmo y codicia.

Ahora, la pasión tiene más de una cara. La mayoría de las veces aparece bajo la forma de un anhelo o deseo desbocado, y lo describimos como un hambre, una llama inextinguible, o una ferocidad que no se puede domesticar. Esta cara de nuestra pasión nos deja inquietos, insatisfechos y frustrados. Y, en medio de todo este descontento, ¿qué es la espiritualidad? A fin de cuentas, es lo que hacemos con nuestra pasión. (Debo dar crédito por este enfoque de la vida del Espíritu a Ronald Rolheiser, O.M.I., quien discute a fondo estas ideas en su libro The Holy longing: The Search for a Cristian Spirituality, el cual se recomienda en la sección de Vida Religiosa en este ejemplar de VISION; véase también un artículo de Rolheiser en la página 30).

Nuestra espiritualidad es nuestro sendero hacia Dios; nuestro intento por comprender y amar en correspondencia a Aquel que nos amó primero, el que vertió pasión en nuestros cuerpos y corazones. Si Dios es quien enciende la llama en nuestro interior, entonces nuestra tarea permanente es utilizar nuestra pasión y energías para descubrir y redescubrir el rostro de Dios en nuestras vidas. Para algunos, esto ocurre con el matrimonio y la crianza de los hijos. Otros depositan su pasión en sus carreras profesionales y otros compromisos. Y algunos canalizan su pasión a la vida religiosa, con su voto de castidad célibe.

Esto nos lleva a otra razón por la que el voto de castidad célibe es importante. Este compromiso público nos recuerda a ti, a mí y a todos los demás, que el misterio de la soledad en nuestras vidas es el que nos invita a emprender nuestro viaje espiritual permanente. Seamos honestos: la soledad puede ser una prueba. Muy pronto en nuestras vidas la asociamos con el aislamiento o la falta de relaciones. ¿Por qué si no iríamos a los extremos de distraernos de ella con ruido y actividades frenéticas? Este patrón se vuelve más peligroso con el paso de los años. ¿Por qué? Porque la soledad nos ayuda a enfrentarnos con nosotros mismos, a convertirnos en amigos no solamente de la persona que creemos que somos, sino también a llegar a conocer y a amar a la persona que en realidad somos.

Santa Teresita del Niño Jesús nos caracterizaba como exiliados del corazón. Ella comprendió intuitivamente que la soledad y los anhelos que experimentamos tienen el poder de dirigirnos finalmente a un lugar dentro de nosotros mismos. Con frecuencia, este santuario interior está “fuera de los límites” para todos excepto unas cuantas personas, amigos cercanos y otros hombres y mujeres por quienes nos preocupamos profundamente. Aquí, somos realmente nosotros mismos y conservamos y cuidamos todo lo que nos es más importante. La pasión y la intimidad tienen su hogar aquí; en este lugar, la sexualidad y la espiritualidad llegan a comprender que son amigas y no enemigas. Aquí mora la persona que Dios ha conocido durante todo el tiempo.

Una reflexión personal
Entonces, ¿por qué elegí una vida que incluye la castidad célibe? Y, quizás lo más importante, ¿por qué continúo eligiendo una vida así? Debido a la profunda sensación de felicidad que he encontrado. A través de los años he tenido la fortuna de establecer algunas amistades maravillosas, que son una fuente constante de apoyo y alegría, así como de desafíos y algunas lecciones de vida permanente. Estas amistades incluyen la sencilla satisfacción de estar con hombres y mujeres con quienes no necesito ser otro que yo mismo.

De vez en cuando, las personas que conozco comparte conmigo este temor: la vida de una hermana, sacerdote o hermano puede ser un asunto solitario. Les digo que esa no ha sido mi experiencia y me atrevo a decir que tampoco la experiencia de la gran mayoría de aquellos que llevan este tipo de vida. Hay, por supuesto, la soledad que entra en la vida de cualquiera de nosotros. Pero en general, una vida de castidad célibe ha sido una muy satisfactoria manera de vivir mi vida y mi sexualidad humana.

A un nivel más profundo, también he aprendido que una vida de castidad célibe es parte del sueño de Dios para mi vida. Esta lección ha tenido un profundo efecto en mi imagen y experiencia de Dios. Me ha llevado tiempo aceptar el hecho de que Dios me ama incondicionalmente y con una pasión que no puedo describir con palabra. Dios continúa dándome ejemplo tras ejemplo de esa pasión y amor incondicional.

Con el paso de los años mi hambre por la oración se ha profundizado. Y, aunque no soy tan fiel al ideal la oración como me gustaría ser, esta importante parte de mi vida ya no se siente como una obligación sino más bien como una invitación a pasar tiempo con alguien que me conoce por lo que soy, con todos mis sueños y esperanzas, con todos mis pecados y egoísmo.

Algunas de la explicaciones “pasadas de moda” para una vida de castidad célibe también tienen sentido para mí. He tenido la libertad de responder con presteza a las necesidades de la iglesia. Y a través de los años he estado más disponible a una mayor cantidad de gente de lo que podría haber estado de otra manera.

Comencé describiendo a los hombres y mujeres castos célibes como sumamente humanos y profundamente espirituales. Mientras concluyo, podrías preguntarte: ¿está justificada esta descripción? Después de todo, algunas personas que eligen una vida de castidad célibe de alguna manera son juzgadas como ingenuas y tontas.

En verdad, abrazar una vida de castidad célibe es a la vez ingenuo y tonto. Ingenuo, porque la elección desafía las convenciones sociales; tonto, porque abrazar una vida de castidad célibe conduce inevitablemente a una revolución del corazón. El filósofo Bernard Lonergan nos recuerda que es “similar a un enamoramiento místico. Es una permanente y total entrega sin condiciones, restricciones, reservas”.

¿Y quién de nosotros quiere someterse a semejante transformación, a abrazar esta revolución del corazón? En esto radica el desafío de la castidad célibe: aunque las personas puedan ser juzgadas como ingenuas y tontas por elegir vivir su sexualidad de esta manera, también se comprometen a vivir con pasión y ser profundamente espirituales y sexuales al mismo tiempo. En pocas palabras, redescubren el fuego –ese anhelo por el Señor– que siempre ha ardido vivamente en su interior. Al hacer este redescubrimiento crecen para sentirse más cómodos consigo mismos y con el Señor, pero ahora en Sus términos y con infinitamente más conocimiento acerca de Sus caminos. La descripción “sumamente humanos y profundamente espirituales” es la única que es apta.
El Hermano Seán D. Sammon, F.M.S. sirve actualmente como Superior General de los Hermanos Maristas de la Enseñanza. Es autor de varios libros, los más reciente son Religious Life in America: A New Day Dawning (Alba House, 2002) y Life after Youth: Making Sense of One Man’s Journey through the Transition at Mid-life (Alba House, 1997).

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