¡Hazte viral con el evangelio!

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San Pablo nos dice cuáles serán los frutos de una vida santificada: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, generosidad, fidelidad, gentileza, y autocontrol . Cada una de estas virtudes es un desafío. Tomadas en conjunto, crean seres humanos verdaderamente radiantes—la clase de personas que seguramente atraerán a otras con el deseo incondicional de ser como ellas.
SAN PABLO nos dice cuáles serán los frutos de una vida santificada: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,generosidad, fidelidad, gentileza, y autocontrol . Cada una de estas virtudes es un desafío. Tomadas en conjunto, crean seres humanos verdaderamente radiantes—la clase de personas que seguramente atraerán a otras con el deseo incondicional de ser como ellas.
Lo sabemos, lo sabemos: Se supone que compartamos nuestra fe. No debemos esconderla bajo un barril, sino llevarla a los confines de la tierra. La evangelización—esa palabra tan complicada—es básicamente idioma griego para hacer viral el evangelio. Pero ¿cómo, precisamente, se supone que hagamos eso sin, bueno, ser raros?

Usen la palabra si es necesario
El factor de lo “raro” es importante, porque cada mensaje viene integrado en su medio, y ese contexto perdura. Hace poco estaba viendo un episodio antiguo de “The Vampire Diaries”—uno de mis placeres ocultos. Un personaje de un hombre-lobo que había sido un villano insistía en que ahora estaba con la gente buena porque, francamente, necesitaba la redención. Para los cristianos, por supuesto, esa es una palabra con mucha carga. Redención quiere decir, literalmente, que se ha pagado tu rescate y has sido redimido. No puedes redimirte a ti mismo: Dependes de quienes te aman para que hagan la entrega. Momentáneamente mi atención se desvió hacia las implicaciones teológicas de un hombre-lobo renacido, pero era difícil olvidar que este tipo que buscaba la redención había sido visto por última vez cortando gargantas—un contexto difícil de superar.

El contexto es importante en la evangelización cristiana también. Piensa en el tipo que se para sobre un cajón de leche, gritando versículos de la biblia en el parque. Está compartiendo su fe. El contexto es un espacio público y el foro que eligió lo convierte en un orador no invitado en el mejor de los casos, y en un intruso en el peor. ¿Cuál es el resultado? Algunas personas están molestas, algunas están divertidas o intrigadas por el suceso, y la mayoría simplemente sigue su camino. Durante una temporada, algunas almas que ya albergan problemas en su conciencia pueden sentirse conmovidas por un versículo al azar, sentir que les está dirigido personalmente, y arrepentirse en su camino. Tal vez. Pero si el tipo parado en la caja no tiene el carisma de San Pedro o de Pablo, su porcentaje de éxito probablemente será limitado.

Luego está el estilo invasivo de evangelización. Recuerdo una vez en la universidad, cuando estaba en el dormitorio llorando a mares. Alguien me había partido el corazón, algo me había pasado. Un inesperado golpe en la puerta me hizo correr para atenderla, estaba desesperada por encontrar un amigo, aunque no fuese mi amado, el que me había abandonado.  En cambio, cuando abrí la puerta había alguien que me mostraba un folleto, y quería entrar a hablarme del fin del mundo. Furiosa, de un golpe le cerré la puerta en la cara. Si bien ella posiblemente era una evangelista, y yo aparentemente necesitaba la buena nueva, ni la llegada de esta mujer ni su táctica me sirvieron para nada en ese día cubierto por las lágrimas. Yo pondría el factor de rareza de ese encuentro junto con el del hombre-lobo.

San Francisco de Asís originó la frase: “Prediquen el evangelio en todo momento. Si es necesario, usen la palabra.” Ese es el principio rector de la evangelización efectiva. Nuestra fe es un don maravilloso. Vale la pena difundirlo por todas partes, pero eso no significa que estamos obligados a mantener la “Conversación de Jesús” con perfectos extraños, a menos que ellos planteen la pregunta. Cuando la gente comparte la fe conmigo de manera que sinceramente influye en mí, tomo nota de cómo lo hicieron, para poder hacer lo mismo.

Cómo ser una misionera
Ayuda mucho tener tres amigos que son misioneros en la vida real. Son propagadores profesionales de la fe hoy en día, pero eran gente “normal” cuando los conocí. Ken se hizo sacerdote jesuita y trabaja como médico en lugares de África que raramente tienen acceso a servicios médicos. Él brinda un servicio vital que la gente necesita, y lo hace en circunstancias realmente duras. Su vida es un gran sacrificio de amor. Pero él no dice que lo está haciendo por Jesús. Simplemente lo hace. Como sacerdote, ya ha declarado con este compromiso que Jesús es el motivo por el que está allí.


La misericordia funciona

Las obras de misericordia han sido consideradas por mucho tiempo como la forma más directa de “predicar el evangelio sin palabras.”

Obras de misericordia corporales
Dar de comer al hambriento.
Dar de beber al sediento.
Vestir al desnudo.
Acoger al forastero.
Visitar al enfermo.
Visitar al cautivo.
Enterrar a los muertos.

Obras de misericordia espirituales
Poner en el buen camino al pecador.
Enseñar al que no sabe.
Aconsejar a quien duda.
Consolar al triste.
Soportar pacientemente a quienes nos molestan.
Perdonar las ofensas.
Orar por los vivos y los difuntos.
Mi amiga Mary es una trabajadora social laica en una organización para refugiados. Prestó servicios en Bosnia, inmediatamente después de la guerra, ayudando a cristianos y musulmanes en ambos lados del conflicto. No estaba allí para rezar con nadie. Estaba allí porque la gente estaba sufriendo, y ella ve a Cristo en el sufrimiento humano. Muy difícilmente habla de sus motivos con las personas a las que está ayudando. No necesita hacerlo. Su presencia valerosa en lugares peligrosos y difíciles habla por sí misma.

El hermano Juan es un fraile franciscano. Estudió ruso para poder ir a Rusia a alentar la fe religiosa en un país que había suprimido sus iglesias durante un largo tiempo. Juan es la clase de tipo amistoso, feliz, con quien quieres iniciar una conversación. Puedo imaginarlo andando por Rusia, haciendo amistades y diciéndoles que está en su país porque ama muchísimo a Jesús. Sencillamente sé que los rusos lo van a encontrar tan simpático que les va a dar curiosidad saber por qué Jesús es tan importante para él y van a querer escuchar la historia completa.

Aclaremos esto: Yo no soy misionera. Me asusta la idea de dejar mi hogar y hacer lo que hacen mis amigos; tal vez a ti no. Pero participo en su trabajo rezando por ellos, como también apoyando financieramente a las misiones. También cuento la historia de lo que ellos están haciendo para hacer que otras personas recen y apoyen a los misioneros. Esa es la forma principal y la más obvia en que todos nosotros podemos ayudar a difundir el evangelio en todo el mundo.

Si apoyar el trabajo de los misioneros es bueno, imitar a los misioneros es mejor. Todos podemos hacer lo que Ken, Mary, y John están haciendo en nuestro propio terreno y en el contexto de nuestras vidas más normales. Ken hace sacrificios por las personas a quienes sirve. Él encarna el ideal de San Ignacio de Loyola de la persona que vive para los demás. ¿Para quién vivimos y a quién servimos? A los miembros de la familia, los amigos, los feligreses de nuestra parroquia, nuestros compañeros de trabajo, la gente de la comunidad extendida. ¿Cómo podemos servirlos mediante el sacrificio? Yendo un paso más allá de lo que nos gustaría. Ofreciendo el perdón a quienes nos lastiman, antes de que necesiten pedirlo. Pasando diez minutos adicionales escuchando a alguien que necesita hablar. Renunciando a una noche libre para acomodar las sillas para la reunión parroquial. Cortando el césped para el vecino que no tiene una podadora.

Imitar lo que hace mi amiga Mary realmente requiere salir de mi zona de bienestar. Tengo que alternar con gente que no es como yo, no vive como yo, ni comparte mis valores o habla de mi religión. Tengo que ser respetuosa en el diálogo, escuchar más de lo que hablo, abstenerme de insistir en que los demás están “equivocados” en cada tramo de la conversación. Respetar las ideas del otro es la mejor manera de ganar el respeto para las propias. No importa si la otra persona adopta o no tu posición, tú has abierto una puerta, que es un muy buen comienzo. No siempre estoy dispuesta a atravesar cada puerta que se abre para mí, pero a menudo me encuentro viendo las cosas de manera diferente como consecuencia de la invitación.

Mi amigo Juan demuestra lo que generalmente pensamos que es la evangelización “real”: habla a la gente directamente sobre Jesús. No lo hace de la manera “rara”—apareciendo sin anunciarse y sin que lo inviten—sino dentro del contexto de crear relaciones sinceras. Va a buscar a la gente donde está, y presenta la cuestión de la fe al presentar el testimonio vital de sí mismo. No anda con vueltas: Es un franciscano y se viste como tal. Es un hombre de Jesús y no tiene miedo de decir su Nombre.

Se requiere el compromiso
Como laica no tengo un uniforme que muestra la posición de una católica—para el caso de que alguien prefiera hacerse a un lado—pero sí muestro mi dedicación de otras formas. Me reúno con la comunidad de la fe en la misa dominical, vestida de manera que muestra que tomo en serio y de manera singular este evento. Mis vecinos se han dado cuenta de que no como afuera, o hago ningún trabajo que obligue a otras personas a trabajar en este día que yo tanto respeto. Si la gente entra a mi casa, ve cruces en las paredes, imágenes de santos, estatuas de María. Llevo un rosario, que se cae de mi bolsa cuando estoy buscando otras cosas. Se me ha visto llevando una medalla religiosa, tengo una blusa con el nombre de mi parroquia grabado en ella, me persigno cuando paso por una iglesia, y bendigo a los demás cuando estornudan. Orando antes de las comidas en restaurantes, citando a los santos en la conversación: Se puede declarar nuestra identidad como creyentes sin siquiera presentar tu tarjeta de católico.

Así que estas son algunas de las formas en que compartimos nuestra fe. Las muestras externas de la religión, no obstante, pueden ser señales vacías si no existe un compromiso heroico con una vida cristiana. Seguir a Jesús produce santos. San Pablo nos dice cuáles serán los frutos de una vida santificada: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, generosidad, fidelidad, gentileza, y autocontrol (Gálatas 5:22-23). Cada una de estas virtudes es un desafío. Tomadas en conjunto, crean seres humanos verdaderamente radiantes. La clase de personas que seguramente atraerán a otras con el deseo incondicional de ser como ellas—eso es la evangelización en su mejor expresión.



Alice Camille es colaboradora de “Questions Catholics ask”  (Las preguntas que hacen los católicos) en vocationnetwork.org y autora de
Invitation to Catholicism (Invitación al Catolicismo) (ACTA Publications). Puedes ver sus otros títulos en alicecamille.com.

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